OS RECIBIMOS CON ALEGRÍA

El Deportivo quiso fichar hace años a un entrenador ruso. Recién ascendido el equipo, eran tiempos de ilusión y expectación; cualquier vacuidad era objeto de debate. Sucedió que mientras se concretaba la contratación del tal técnico, cierta prensa, agotado el análisis de las más diversas cuestiones, se centró (no sé muy bien por qué) en la forma correcta de escribir y pronunciar su nombre. Así comenzó una de las más legendarias batallas dialécticas que han conocido los siglos. Todos los días nos desayunábamos con una nueva tesis. “Romanchev”, decía uno. “Romanovich”, aseguraba otro. “Romantsev”, apuntaba encendido un tercero. Los argumentos de cada cual parecían incontestables.
Pero nadie cejó en su empeño.
Se escudriñó la geografía rusa y la de sus antiguas repúblicas; se acudió a la gramática, a la fonética, a la onomástica; se repasó la etnografía, se escrutaron las variantes dialectales eslavas y se examinaron etimologías. Hubo un momento en que muchos temimos que tras el telón de ese papel impreso el debate derivase en diatriba y esta en un duelo, con el consecuente menoscabo de la integridad física de los vehementes plumillas. Y así fueron cayendo los días y desgranándose los argumentos mientras se esperaba al entrenador.
Nunca llegó. O si lo hizo, debió de salir pitando al comprobar a qué clase de zumbados tendría que enfrentarse todos los días en las salas de prensa.
Como en la inmensa y descarnada fábula de Berlanga, en la que los habitantes de Villar del Río, perdidos en nimiedades para agradar al visitante, se aprendían el número de habitantes, producción, renta per cápita y producto interior bruto de los “americanos” con la esperanza de obtener –per cápita también– un balón de reglamento, una herramienta o un electrodoméstico y al fin ver, vestidos de mamarrachos, cómo los yankees pasaban de largo como balas dejando tras de sí solo polvo en suspensión.
La incertidumbre siempre es sofocante. La espera inclina al verbo de circunstancias y a la palabrería. Como en un velatorio, donde lo escatológico (en sus dos acepciones) preside el acto, mientras los deudos alimentan la secreta esperanza de que, tras oírle ventosear, el finado se incorporará pidiendo cartas. ¿Una digresión? No.
Americanos, os recibimos con alegría. Entretanto aprendemos vuestro número de habitantes y renta per cápita y vuestro producto interior bruto. Los de San Caetano están a la espera y nos cuentan que sí, que no. Todos los días nos desayunamos con Pemex, Beijin E3, Romanchev y Romanovich; con cábalas, discusiones y diatribas sobre si son dos, tres o diez; si estos los van a construir aquí o allá, arriba o abajo; o si aquellos se van a instalar hoy o mañana...
Convenientemente adoctrinados y puntualmente informados sobre floteles o bases logísticas, os recibimos con alegría (aunque ya hayamos visto algo de polvo en suspensión). Ante tal entusiasmo y autobombo sobre todo esto, no deja de sorprender que la Xunta calle como una horizontal sobre otras doradas –o aúreas– cuestiones.

OS RECIBIMOS CON ALEGRÍA

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