De la “Fiesta” del Agua y otros absurdos

El absurdo es uno de los rasgos de la condición humana. Se da en el individuo, en la colectividad y en el ejercicio del poder. Incide en nuestra relación con la vida y se manifiesta en una visión deforme de la realidad que va de lo simplemente ridículo a lo trágico: es el extravagante mundo al revés. Un ejemplo: la alborotada Fiesta del Agua que apoya el Excelentísimo Ayuntamiento de Vilagarcía de Arousa, y protagoniza, ya con afluencia masiva, la gente joven de la villa, con el generoso añadido foráneo de peñas, grupos y asociaciones amantes de bulla y jolgorio sin freno ni censura, que estos son residuos del franquismo y manifestaciones  fascistas contra el sacrosanto derecho del “hago lo que me da la gana y los demás que aguanten”. Todos celebramos, un verano tras otro, las numerosas fiestas gastronómicas (desde el mejillón al pulpo, desde el queso al pimiento, desde el lacón a la almeja, pasando por los buenos vinos) diseminadas por toda Galicia para satisfacción de exigentes paladares. Ahora bien: ¿qué papel juega en una Galicia lluviosa hasta el hartazgo y en la que el rigor de la canícula es un verdadero milagro, celebrar que se eche agua al gentío que la pide a gritos y, a su vez, la obsequia con furia a ciudadanos que no la han pedido y a quienes se agrede y sorprende desagradablemente? Pues eso es puro y simple absurdo. Pero tras eso hay otros elementos más graves. No es raro oír a los políticos de turno (expertos en conductas absurdas y promesas que no lo son menos), sociólogos y psicólogos, lo preocupante de la situación de adolescentes y jóvenes frente a destructivos hábitos como las drogas, las bebidas alcohólicas, el tabaco, la violencia y el sexo sin control. Si ello es así, ¿cómo se jalea y fomenta un desmadre que promueve y exalta todo eso?, ¿cómo se mira hacia otro lado ante borracheras, vomitonas, montoneras de envases de todo tipo de bebidas, peleas y otros comportamientos que acaban en las urgencias del Hospital del Salnés? ¿Cómo se permite que playa y pueblo acaben en un estercolero, en un eventual dormitorio ejemplo de promiscuidad que se ha extendido ya a los portales y escaleras de las viviendas? Y esto, qué enseña, qué educa. Nada, en el mejor de los casos. En modo alguno es una fiesta en el sentido usual de la palabra. Por cierto, ¿no se nos repite hasta la saciedad que el agua es un bien escaso? Parte de la prensa jalea el follón acuático, y así, en Vilagarcía “el agua es fiesta” y la vida es juego, placer, experiencia al límite, seducción del instinto y alegría porque sí, por pura obligación. Los medios de comunicación se pelean por publicitar el evento. Vilagarcía está en la televisión. Algunos padres tienen el sentido común de meterse en la “boca del lobo” y llevar de vuelta a casa a sus hijos menores de edad. Son, claro, padres represivos, que no practican la educación de la complacencia, del capricho, del apoyo a todo cuanto pide el niño (el “niño” puede tener casi treinta años) que sestea sin obligaciones o compromisos al cómodo abrigo de la casa paterna, donde papá y mamá se arrodillan ante sus majaderías y exigencias. Así nos va. Hablo de una fiesta que empezó en la zona de La Alameda, un calurosísimo día en que un grupo de jóvenes pedían alivio acuoso (que les fue dado) a quienes estaban en el balcón de un edificio. De aquello a lo de hoy cualquier parecido es mera coincidencia y la deriva adquirida no parece que vaya a enmendarse. En todo caso, en la conciencia de los responsables pesan y pesarán las deplorables secuelas de este absurdo sucio y desvergonzado. Por cierto, ¿qué diría el zarandeado San Roque si levantara la cabeza y viera el espectáculo?.

De la “Fiesta” del Agua y otros absurdos

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