Nuestra soberbia y sus virus

Cuando los hijos medran, terminan por marcharse a formar otro hogar. Pero los vínculos familiares siguen conectados a la casa matriz y a los progenitores que dieron todo sin pedir nada a cambio... Con los pueblos sucede lo mismo. Nacemos, luchamos por ser algo y después, indefectiblemente, rodamos al caos aunque vivamos un mundo globalizado, sin fronteras, donde lo importante es escribir el futuro. Unidad y diversidad. Localismo y generalidad. Destino universal o cicatería chauvinista donde nos vemos más guapos, inteligentes y superiores como hecho diferencial cuando el dialecto se transforma en idioma.
Con los catalanes –prusianos racistas, víctimas del resto de ciudadanos, pero ansioso de la “pela”– adquieren valor unilateral como si la parte pudiera absorber el todo. Los demás tenemos que someternos a su totalitarismo cicatero. Ya lo presagiaba el insigne Quevedo: “Y es más fácil, ¡oh España!, en muchos modos/ que lo que a todos les quitaste sola/ te pueden a ti sola, quitar todos”. Son las “autonosuyas” que amenazan rompernos en mil pedazos. La gaita y la lira. El románico y el gótico. Lo auténtico y lo virtual. También lo subrayaba Baltasar Gracián en “El criticón” al hablar de la soberbia española, que hoy denominaríamos virus causantes de nuestros males ancestrales. Reina anuestro lado con todos sus aliados. La estimación propia, el desprecio ajeno, el querer mandarlo todo y servir a nadie. El hablar mucho, alto y hueco (¿No parece que escuchamos a nuestros sabios tertulianos mediáticos).
Una descomposición interna absoluta. A la búsqueda del señor implorado por Rodrigo Díaz de Vivar, Ortega, Ganivet, historiadores y ensayistas preclaros. Amar a España porque no nos gusta. Un sentido crítico para que la moral cívica no se afloje y permita echar al estercolero tanta corrupción pública que nos abre el epcho en canal.

Nuestra soberbia y sus virus

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