Ser o no ser feliz

Esa es la cuestión que diría William Shakespeare, porque el objetivo de la vida, el éxito, es precisamente la felicidad. Esto se descubre con el paso de los años, cuando lo material pasa a ocupar su verdadero lugar y el estado de ánimo de cada uno se convierte en la energía que te empuja cada día a enfrentarte a la vida con fuerza y ganar, esperando al día siguiente para continuar triunfando ante las adversidades y sentirte bien contigo mismo. Pero la vida te “regala” contratiempos que no dependen de ti y lo que parece sencillo se complica tanto que, en ocasiones, trunca tú felicidad para convertirla en inseguridades que no tardan en convertirse en un mar de dudas, cuando no miedos, que hacen imposible alcanzar ese estado de placidez que todos sentimos cuando estamos felices. Y esto, que lo sabemos todos, viene hoy a cuento porque una campeona olímpica, Simone Biles ha elevado a público lo que en privado la mayoría venimos sintiendo y, hasta ahora, se quedaba en un sufrimiento íntimo que todos intentábamos resolver en soledad para no ser estigmatizados creyendo evitar así que nuestras debilidades nos hicieran más vulnerables ante aquellas personas que no dudan en aprovechar los malos momentos de otros para profundizar en el dolor sentido. Así, el objetivo de la felicidad está hoy más difícil que nunca porque la adversidad que no podemos controlar nos está superando. El ambiente que nos rodea no es bueno, más allá de las dificultades económicas, que ya de por sí son una carga pesada que no ayuda al objetivo, vivimos envueltos en una pandemia que no acaba ni con las vacunas y las nuevas variantes amenazan no ya a los mayores, nuestros padres y abuelos, sino también a nuestros jóvenes, hijos y nietos. Con esta amenaza es difícil convivir siendo mínimamente feliz. De momento sumamos dos miedos, el económico que incluye la inseguridad laboral y el sanitario que lastran nuestras vidas y también nuestra potencial felicidad. Desde el miedo resulta casi imposible ser feliz. Pero por si esto fuera poco, la política tampoco ayuda, los gobernantes parecen haber olvidado que su tarea principal no es otra que la de procurar la mayor felicidad posible a sus gobernados, como bien recogía la Constitución de las Cortes de Cádiz, primera Constitución de nuestra historia que en su artículo 13 decía:” El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación…”. Pues tampoco, nuestro gobierno no está para hacernos felices, antes al contrario, parece decidido a acabar con cualquier atisbo de felicidad de los ciudadanos generando dudas donde debiera de haber certezas, devolviendo agravios a la generosa paz social que la ciudadanía le ofrece, creando problemas donde no los había y pretendiendo controlar nuestras vidas hasta generarnos ansiedad. Las libertades individuales se ven comprometidas y el bien común se ve amenazado por intereses políticos de dudosa moralidad. La felicidad es hoy un lujo, en nada, le pondrán un impuesto.

Ser o no ser feliz

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