No hay nada mejor que ser ministro y decidir, porque a uno le apetece, que algo es secreto. Desde luego no es lo que se espera de un representante público, a quien se le debe exigir, cuando menos transparencia. Y Yolanda Díaz, muy progre ella, ha decido que a nadie le importa lo que ha costado su viaje a Roma para ver al papa ni, tan siquiera, quién le acompañó en ese viaje. Seguro que si se pretende guardar con tanto celo esos dos datos podemos afirmar que nos tuvo que costar un ojo de la cara y que, en el séquito, se coló alguien de rondón cuya presencia, por supuesto, no estaría justificada.