El ojo público | Por favor, que no sea Quin

Eric Clapton y George Harrison se pasaron media vida tratando de ganarse el amor de Pattie Boyd, que además de modelo, era fotógrafa. En pleno toma y daca, ella inspiró dos temas legendarios: “Layla” y “Something”. Al final, obviamente, optó por un tercero, Will Christie, que por supuesto no era músico. Era fotógrafo. Pura leyenda en revistas de moda. Que no se enteren en MOP
El ojo público | Por favor, que no sea Quin
J, Florent y la oscuridad entre ellos

Bueno, en realidad, yo sí estuve  en aquel concierto de Los Planetas en el Playa Club cuando presentaron el Super 8. A lo largo de mi vida, he conocido a cientos de personas que aseguran que estuvieron  en él, y curiosamente, aquel viernes no llegábamos a juntar ni cincuenta almas. Y es que en el invierno 
de 1995 muy pocos conocían a aquella pandilla de niñatos que acoplaban guitarras, contaban 
las cuerdas, tocaban de espaldas y cada uno hacía la guerra por su lado. Bien es cierto, que treinta años después, el asunto poco o nada ha cambiado. La banda mantiene su esencia y sigue reñida con eso de dar la nota en el sitio.


Independientemente de la singular pericia de aquellos muchachos, yo tenía una Minolta autofoco recién comprada y un compañero de piso de Granada que empleaba parte de su tiempo a editar un fanzine musical. En los noventa, si no publicabas un fanzine y lo repartías por los bares de moda no eras nadie, y básicamente porque todo el mundo presumía de ser muy culto, muy intelectual y atesorar un deslumbrante espíritu artístico. Eran tiempos duros, de mucha exigencia social, y ser guapo no era suficiente. Así que la juventud, al no disponer de redes sociales en las que aparentar, se tiraba el moco de otras maneras más imaginativas y trabajosas.


“Mañana por la mañana voy a hacerles una entrevista en el hostal para mi fanzine, ¿por qué no les haces tú la foto?”, me preguntó mientras me traía una cerveza y J comenzaba a farfullar los primeros versos de “Briggitte”. Asentí, y seguí a lo mío.  Madrugar un sábado con la mayoría de edad recién estrenada, era como ir al frente ruso, pero tenía un par de maquetas de aquellos chiflados, y aunque me recordaban un poco a los “Automatics”, un grupo de Jaén que imitaba a los Jesus and Mary Chain, en el fondo me habían causado una muy buena impresión. Tal vez mereciese la pena conocerlos. Y, además, eso me daba la oportunidad de pelearme un rato con el carrete y practicar el revelado en el cuartucho de mi piso. 


Hacer fotografías en un concierto suele ser un acto cómodo para cualquier fotógrafo de prensa con un mínimo de técnica. Encuadras con las luces y sus colores, buscas que el músico se funda con ellas otorgándoles la misma relevancia, hasta que, finalmente, das con el instante en el que el gesto del artista destaca sobre ellas en la composición y lo convierte en protagonista. Por supuesto la edición influye mucho, ya que salvo que seas Anne Leibovitz esperando durante dos horas sin apartar el ojo del visor el instante en el que Mick Jagger vuele como un simio en el escenario, lo normal es que no dispongas ni de ese tiempo, ni de esa paciencia. La producción del evento casi siempre suele concederte tres temas para resolver el asunto. Y normalmente te sobran dos. Así que tiras muchas fotos para quedarte con unas pocas y es el ojo experto, el de trabajar durante muchos años a toda prisa, el que se va por inercia, entre decenas de ellas, a la foto adecuada. 


Lo que le da un cariz distinto a la fotografía musical, como a la deportiva, la política, la de moda o la que toque, es el conocimiento de la situación. La información que posea el fotoperiodista sobre lo que está ocurriendo ante sus hocicos. La dificultad del oficio reside ahí, saber quién es quién, qué ha pasado y por qué y ser el más rápido en reaccionar para contar esa historia en una imagen. Aunque no se valore tal y como se debe, sintetizar toda la información de una situación (a veces muy compleja) en un único instante, condicionado por las leyes de la física y reuniendo con agilidad los datos en tu cabeza, implica un talento innato que no todo el mundo padece. Es el simbolismo de la información. Las Flores del Mal con píxeles o haluros de plata.


Y es que, en ocasiones, en la fotografía musical, una imagen no sólo es un gesto peculiar o una toma bonita, a veces dicha imagen narra la historia que existe entre los componentes de un grupo, y explica su momento, sus tensiones, sus acordes y desacuerdos, su pasado y su música.


Así que, de nuevo en 1995, cargado con mi Minolta y una resaca de defunción, madrugué con el entusiasmo de un reo para retratar a los granadinos. Al llegar allí, a la cafetería del hostal, me regalaron un vinilo del Medusa EP que años después, y sin todavía a día de hoy hallar razón lógica, regalé por su cumpleaños a quien no debería. Estulticia propia de fotógrafo. A continuación, les sugerí que se sentasen en el sofá de la recepción y adoptasen cierta actitud, y cuando llegó el momento de disparar, la cámara no dio señales de vida. Como buen principiante, amateur y simulacro de fotógrafo, me había olvidado el carrete.
“Tranquilo”, dijo J con la voz muy áspera y muy tímida, “yo siempre me olvido de las letras”.

El ojo público | Por favor, que no sea Quin

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