España, una gran quiniela: ¿quién se la juega más?

Todo, en el Madrid trepidante de este sábado, eran quinielas: ¿quién se llevará más premios Goya en Valencia? ¿Quién se llevará más votos en Castilla y León? ¿Quién se la juega más, Pablo Casado, Pedro Sánchez o ambos? Son divertimentos casi ludópatas, claro. Sobre todo, la última de las preguntas. Porque tengo para mí que, por mucho que los ‘azuzadores’ traten de animar, con órdagos a la grande, el cotarro político, ni el presidente del Gobierno central ni el líder de la oposición arriesgan sus cabezas con lo que ocurra este domingo en las urnas.

Algún día habremos de acostumbrarnos a que la victoria, o la derrota, de un Fernández Mañueco es eso: un triunfo o un fracaso de Fernández Mañueco, no de su jefe político instalado aún en el edificio de la calle Génova. Y lo mismo cabe decir de Luis Tudanca: su futuro, y él sí se la juega, no tiene por qué ir ligado al del presidente del Gobierno y secretario general del PSOE.

Yo diría que ni Casado, con todas sus fotografías ganaderas y bodegueras, ni Sánchez, que no ha aportado gran cosa a la campaña socialista, corren el riesgo de que un tsunami sacuda sus confortables sillones. La campaña ha sido átona, falta de imaginación, algo ramplona en sus mensajes –lo dice quien hubo de tragarse los dos debates entre los tres principales candidatos–, pero hasta ahí da de sí la calidad de nuestra clase política. Inútil tirar por elevación como si hubiese sido una campaña para las elecciones generales: no ha sido así, ni nadie lo ha creído, por muchos juegos malabares que se hayan intentado.

¿Y los resultados? Si son buenos para ellos, se los adjudicarán los ‘jefes’. Si son malos, ya se sabe que la victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana. A mí, lo que me apasiona es ver cómo el PP trata de desmarcarse del incómodo aliento en el cogote de Vox, y cómo el PSOE se ha desmarcado ya, en la práctica, de un Podemos anodino. Yo diría que quien más se la juega en estas elecciones es, por un lado, Ciudadanos, que debería refundarse ya desde el lunes, y la formación creada por el ya políticamente jubilado Pablo Iglesias y de la que hasta la vicepresidenta Yolanda Díaz huye.

En Castilla y León, si no fuese por el fenómeno de la España Vaciada, que a saber lo que va a dar de sí --tampoco han sabido ofrecer una imagen ni unos candidatos lo suficientemente atractivos, la verdad--, se diría que se ha producido un retorno al viejo bipartidismo de 2014... pero con Vox, naturalmente.

Y esa puede ser la sorpresa. Cuánto de necesario será el partido de Abascal para que el PP logre o no formar gobierno. Este sábado, en Castilla y León, desde donde escribo en la absurda –¿por qué se mantiene este arcaísmo?– jornada de reflexión, nadie quería hablar de pactos, sobre todo en las filas ‘populares’. A nadie le gusta Vox, pero haberlo, como las meigas, haylo. Ahí sí que tendrá, a partir del lunes, que imponer criterios claros Pablo Casado, como habrá de imponerlos, respecto de Unidas Podemos, Pedro Sánchez. Los dos personajes que ahora tendrán, tendrían, que redefinir las líneas maestras, tan torcidas, de la política española, gane quien gane, pierda quien pierda, en las urnas castellano-leonesas.

España, una gran quiniela: ¿quién se la juega más?

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