El futuro ya no es lo que era

en esta España en que despertamos cada día el primer ejercicio a afrontar empieza a ser el no enfadarse. No por las cosas cercanas, no por las gentes que nos rodean, no por nuestra propia vida, sino por las agresiones que nada más abrir los ojos y los oídos se nos vienen encima. Porque los españoles, y lo escribo hoy, día de la Constitución, ustedes lo leerán mañana, vivimos en buena parte en un continuo ejercicio de autodefensa ante lo que es un ataque continuo a nuestras libertades y nuestros derechos que un día creímos que ya serían intocables, pero que hoy son pisoteados de continuo. Aunque a cada instante nos lo nieguen y nos intenten lavar el cerebro diciéndonos que el orinar sobre ellos es benéfica lluvia.

La deriva de nuestra patria desde que comenzó este nuevo siglo solo ha hecho que caminar hacia la destrucción sistemática de la base esencial de nuestra convivencia. Tristemente no queda otra que reconocer que los españoles estamos divididos y enfrentados. El odio, sí, el odio político, ya es un factor determinante de nuestras relaciones. Hemos vuelto a lo peor de nuestra historia, a ese sitio donde se incuban los huevos de nuestras desgracias. Las gentes no queríamos hacerlo, pero nos han llevado del ramal a ese surco y más o menos inconscientemente ya estamos en el hoyo y cada día hacemos la sima más honda.

Quiero recordar, aunque esa memoria es ahora sobre la que se escupe y a la que se entierra, que hubo un día nada lejano en que dimos por pasada la página de nuestros peores y más letales tiempos vividos como pueblo y como personas. Algunos, me temo que muy ingenuamente, creímos que la reconciliación y el reencuentro eran algo en lo que ya pasaríamos el tiempo que nos quedara por vivir en esta tierra. Hoy ya sé que no. Ya sé que lo que cada mañana amanece es una palada de tierra sobre aquello y que a lo que me convocan es a elegir trinchera.

Es a ello a lo único que puedo negarme y a lo que me niego. Y por lo que les digo que no me da la gana de ser de ninguna de esas dos Españas en la que pretenden meternos a todos. Esa que nuestra Constitución quiso dejar para siempre en el pasado y hoy es la propuesta de futuro que nos hacen. Y uno sencillamente dice que ese tiempo no tiene gana alguna de vivirlo y que no les arriendo las ganancias a quienes con tanto entusiasmo y rabia lo anhelan. Por si no lo saben, que deberían saberlo, el futuro no tiene por qué ser por puro designio e irremediablemente, mejor que el presente y el pasado. No está escrito en ningún sitio. Será el que alumbremos. Y en lo que parecen estar los afanes es no en las luces, sino en la humareda de las piras y las hogueras.

El futuro ya no es lo que era

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