En su quehacer cómico, el peso intelectual recaía en Stan Laurel. En el triste sainete de nuestros días, la pareja la compone un cuarteto que va camino de constituirse en coral comedia. Pero, ateniéndonos a la distribución de papeles y sacrificios, en este primer acto, cabe indicar, permítaseme la ironía, que no debió resultar placentero para el Flaco viajar en tan angosto transporte con tipos de tan abultadas anatomías, rudos modales y dudosa constitución ética.
Imaginen, además, la ruidosa infantería de los Oliver, atiborrándose de comida basura de alta y baja cocina, amén de repostería industrial, acompañada de bebidas azucaradas, cervezas y alcoholes ricos en calorías vacías. Mientras, el sufrido Flaco cataba, frugal, desaliñadas ensaladas, regadas con bebidas light o isotónicas.
Viandas que los Oliver reposaban en largas siestas y quemaban en el desenfreno de locas noches de putas y excesos. Mientras, el místico Flaco escribía cartas de amor y queja a su esposa y pueblo, a la par que vivía en el desvelo de ir reescribiendo el guion de gobierno en función de sus comunes intereses, a fin de hacer de su periplo opíparo negocio.
Qué decir del placer de embutirse, los Oliver, holgados pantalones de chándal y amplias camisetas, mientras el Flaco se encorsetaba en ceñidos trajes de comunión.
En fin, muchos sacrificios para que al final no nos quede la sospecha de que aquí ha pasado algo gordo y que el Flaco lo sabía.