El día 1, cuando los sindicalistas pedían la reducción de la jornada laboral, me acordé de que Yolanda Díaz llamó “casi mala persona” al ministro de Economía porque defendía implantar esa reforma de forma progresiva “para no perjudicar la productividad”.
No tengo tratos con Carlos Cuervo, pero mala persona no parece, más bien semeja ser un político “normal”, uno de los ministros más sensatos del Gobierno que no insulta a jueces, ni a periodistas, ni a la oposición; no dedica sus intervenciones a embarrar el debate público ni a dividir, sino a explicar con serenidad, a discrepar sin atacar; no falsea datos, no busca titulares incendiarios, ni convierte cada intervención en una performance ideológica.
El titular de Economía es, simplemente, un ministro que ejerce sus responsabilidades con respeto, sobriedad y sentido del deber sin provocar vergüenza ajena, estilo que contrasta con el barro permanente en el que se mueve con soltura buena parte del Ejecutivo. Su sensatez tiene mucho mérito en medio de tanta crispación.
Claro que uno de los mayores obstáculos para el sosiego y la sensatez, para la normalidad y el entendimiento político en España es el mismo presidente del Gobierno que ha optado por levantar un muro frente a la oposición a la que casi niega el derecho a existir, promoviendo una política de bloques y trincheras. En lugar de fomentar el diálogo institucional alimenta el relato del “ellos o nosotros”, alimenta el frentismo como forma de su supervivencia.
En este clima, donde cada desacuerdo es una traición, figuras como la de Cuervo resultan ser una excepción incómoda porque no responde al guion. Hace política sin ruido, sin señalizaciones constantes a la bancada rival, sin desprecios, sin teatralidad. Claro que, de vez en cuando, tiene que pagar el tributo de asumir las consignas oficiales y las imposiciones del presidente, como no aceptar propuesta alguna del PP para aprobar el decreto anti aranceles o la reducción de la jornada laboral. Pero aún en estos casos lo hace con elegancia.
Lo grave es que nos hayamos acostumbrado a los malos modales y actitudes crispadas de los miembros del Gobierno y que quien tiene un comportamiento respetuoso, como el ministro Cuervo, sea como una rara avis dentro de un Ejecutivo cuyos integrantes, en su mayoría, no dan el perfil de normalidad que cabría esperar de los servidores públicos.
España necesita más políticos normales y más ministros normales. Pero, sobre todo, necesita que el Gobierno, con su presidente a la cabeza, comprenda que es indigno “recuperar” las dos Españas. Que crispar, dividir y levantar muros solo lleva al bloqueo y a la inestabilidad.
La verdadera fortaleza política está en saber escuchar sin insultar, en saber disentir sin despreciar, en considerar al contrario, no como un enemigo, sino como portador de un punto de vista distinto.