Suponerle a Sánchez, CEO de PSOE, inocencia, es la misma maldad que la de proclamarlo malvado. Él está en otra cosa, la suya y la de los suyos. Se debe a una cuenta de resultados, puestos de trabajo, salarios, dietas y demás prebendas. Labor empresarial en la que le está prohibido mostrarse sensible a las exigencias de un Estado democrático y de derecho. Sin embargo, es su manufactura, su marca blanca, y la defiende con la convicción con la que lo hace el presidente de la Pepsi respecto al espiritoso brebaje de la The Coca-Cola Company. Y le sale de natural, porque es economista, más que comunista, que dicen los que aún no han entendido el ser íntimo de su ser ideológico, inmerso en los arcanos de la mercadotecnia.
La cuestión es que no todos curramos en el PSOE, otros lo hacen en otras marcas de esa índole, partidos. Y algunos, no muchos, pero sí los suficientes para indignarse, lo hacemos desde la orfandad a que aboca el idealismo de creer en la solidaridad, la tolerancia, la igualdad en derechos y libertades, en fin, que nos creemos lo de la «chispa de la vida» cuando alguien la invoca, y en esa inocencia nos sentimos burlados. Y esto de la amnistía, pura especulación comercial, nos provoca desolación porque corrompe los más elementales principios democráticos en beneficio de insolidarios, reaccionarios y atrabiliarios. Pero esa indignidad solo se le debe tener en cuenta a un presidente de gobierno, nunca a un CEO.