El rastro de ETA

Los doscientos actos programados este fin de semana en el País Vasco y Navarra por las asociaciones solidarias con los presos etarras van más allá de un humano sentimiento de arropamiento expresado en peticiones de acercamiento, libertad o suavización del régimen penitenciario. Sería una aproximación incompleta al fenómeno de la simpatía que una parte de la sociedad vasca y navarra siente ante quienes asesinaron, extorsionaron y secuestraron en nombre de la patria vasca, dejando un insoportable rastro de sangre y miseria moral.


Olvidar eso para quedarse en una mera reivindicación de las condiciones de vida de los etarras, en libertad o aun presos, es un insulto a las personas que directamente sufrieron la lacra del terrorismo. Y de ahí que venga a rescatar las palabras del rey en su discurso de la reciente Pascua Militar, sobre la dignidad de las víctimas que resulta mancillada. El rey no fue tan explícito como lo es el columnista. Felipe VI se limitó a destacar la “fortaleza” y la “altura moral” demostrada por las víctimas del terrorismo a lo largo de estos últimos años. Algo no reconocido en estos términos por los herederos políticos de ETA que forman parte del grupo de costaleros parlamentarios de Sánchez.


En la ecuación Frankenstein habita la anomalía. Donde los continuadores de la hoja de ruta política de la banda terrorista se juntan con garzones y rufianes para inocular en el Gobierno de la nación la aversión al “régimen del 78” y la fobia a la legalidad vigente. Palabras mayores, como se ve. Y todo eso se expresa en el habitual discurso antimonárquico de los amigos de Sánchez. Acusan al hijo de sectarismo por silenciar los deméritos del padre y no desviar su canto hacia la “fortaleza y la altura moral” de quienes acudieron a las marchas solidarias con los presos etarras. ¿Un rey indulgente con los sediciosos para conservar el trono? Ni por asomo. No hay sectarismo en el alegato de Felipe VI en favor de las victimas como no lo hubo el 3 de octubre de 2017, cuando se pronunció contra un ataque a la integridad territorial de España. Lo que hay es una dosis de recuerdo sobre la anomalía de una ecuación de poder apoyada en quienes apadrinaron aquella intentona y quienes no han dejado de jalear a quienes usaron métodos criminales para llevar adelante sus objetivos. Lo siento, pero no sé expresarlo de otro modo sin correr el riesgo de engañar a los lectores, diez años después del adiós a las armas de la banda terrorista que nos amargó la vida durante cuarenta años de sufrimiento.

El rastro de ETA

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