Tacones con muletas forzadas

Con la tibia y el peroné roto la vida se ve de otra forma. El pie parece un botillo del Bierzo en vez de una grácil extremidad. Todos los zapatos se notan incómodos, son demasiado estrechos o pequeños como los pies de las señoritas aspirantes a calzar el zapatito de plata de la Cenicienta. Todas unas jetas, las señoritas aspirantes. En el cuento original, o en uno de los cuentos originales, que seguro hay varios, a las que no les entraba el pie tenían que cortarse los dedos o trozos de carne para poder ponerlo, la expectativa de una plaza fija siempre ha sido algo inherente al ser humano, y los cuentos antiguos no tenían censura como algunas obras alambicadas de Disney. Y como ocurre siempre, el zapatito tenía nombre y apellidos. Como la plaza del hermanísimo, esa historia fascinante y moderna del director de orquesta que viajó de San Petersburgo, que tuvo un hijo sin tenerlo, una mujer japonesa desaparecida, una composición que supuestamente le hizo un “negro” a base de Chirimoyas y una plaza en Extremadura que encontró una tarde aburrida mientras veía patinar sobre hielo a las rusas en el parque, a lo Eugene Onegin.


Como pasa con los hechos extraordinarios, acaban teniendo un “efecto mariposa”: el hermanísimo ha acabado en el medio de un huracán, procesado, y para proteger al que lo contrató, Gallardo, han ideado un “aforamiento express” en que han provocado cinco renuncias y el revuelo del PSOE de Cáceres. Lo del aforamiento es un privilegio que debería desaparecer, pero mientras desaparece (que no lo hará) el ciudadano de a pie mira con los ojos como platos cómo los políticos hacen y deshacen a su antojo para protegerse de sus propias decisiones. Sálvese quien pueda en este país de pillos y ladrones que tan bien describió el Anónimo del Lazarillo de Tormes. Gallardo decía que no necesitaba el aforamiento mientras lo buscaba con ansiedad en una jugada digna de los trileros más avezados y sagaces. Mientras, el presidente de los apellidos compuestos se va a hacer las arabias como si fuésemos un alegre sultanato, se pasa el día obsesionado con Israel y se lleva a Valencia un despliegue de francotiradores que ni las películas de Fincher.


Y después de meses y meses, volvemos a ver a la mujer del Presi. Con tacones y muletas. Y yo que no puedo ni ponerme bien los tenis, ni te cuento andar con unas cuñas. Esas cosas son dignas de seres privilegiados. Porque yo, si me pongo unas cuñas con tacón, me vuelvo a caer.

Tacones con muletas forzadas

Te puede interesar