La imaginación, al poder

dicen en el PP y también, aunque menos claramente, en el socialismo catalán (PSC), que ellos no se podrían permitir no presentar a sus candidatos a la Alcaldía de Barcelona. Se referían a la presentación de la plataforma que Manuel Valls, el exprimer ministro francés y candidato a regir la Ciudad Condal en la que nació, presentó el martes. Una plataforma en la que Ciudadanos, que fue el partido que ideó ofrecer a Valls que encabezase su candidatura, tendrá influencia, pero no un candidato propio, ya que lo será Valls. Representará a Ciudadanos y a quienes quieran integrarse en esta plataforma. En cualquier caso, la iniciativa ha convulsionado a la elefantiásica clase política, acostumbrada a seguir los mismos pasos, usos y medidas desde Cánovas y Sagasta, si no desde antes.
“La imaginación, al poder”, gritaban los jóvenes en La Sorbona hace ahora cincuenta años. Francia, desde aquella revolución que no hicieron en el resto de Europa, ha sido un laboratorio político de primer orden, no siempre para bien. Macron en la presidencia, como antes Sarkozy, rompieron muchos moldes tradicionales, al tiempo que los partidos clásicos se debilitaban tanto, y esto sí ha ocurrido en casi toda Europa, que muchos acabaron diluyéndose.
No sé si el surgimiento de Ciudadanos y Podemos puede considerarse una revolución en el sistema de partidos en España. Han hecho, al menos, saltar por los aires un bipartidismo poco convincente en su funcionamiento durante años. Pero sus políticas, ni en el centro-derecha que la primera quiere representar, ni en la izquierda donde en la práctica se colocan los otros, han carecido de la fuerza de lo nuevo, de ideas de verdadero riesgo y atractivo, más allá de los intentos de ocupación del poder, especialmente en la formación morada, al margen de lo que parecen indicar las urnas futuras, según dicen sondeos como el del CIS, que vaticina un descalabro para los morados bajo la dirección de Pablo Iglesias..
Sin embargo, a Albert Rivera debemos reconocerle el enorme paso adelante dado en Barcelona con la candidatura de Valls: es una apuesta por un bloque constitucionalista que, al menos el PP, que está bajo mínimos en Cataluña presente a quien presente en las listas municipales, debería, por puro patriotismo, y también por estrategia, asumir.
Pero nada: seguimos pensando en las campañas aplaudidoras en las que los candidatos van de mitin de partidarios a mitin de fervorosos, desgranando sus ideas rutinarias ante audiencias cada vez más minúsculas y ante telespectadores cada día más escépticos. Eso, cuando no se tiene la tentación de perpetuarse en el poder el mayor tiempo posible evitando convocar elecciones, aunque los ciudadanos las estén pidiendo a gritos.
Si le digo a usted la verdad, a mí la figura de Valls me deja, como a muchos de los franceses con los que he podido hablar de él, bastante frío. Pero aplaudo su coraje, su ambición y, sobre todo, que haya sido capaz de levantar un tinglado que suena a nuevo. Ojalá sus socios, y quizá todos nosotros, no le hagamos arrepentirse de haber dado el paso. L’imagination au pouvoir. Parece mentira que, medio siglo después, la frase aún siga inédita. Al menos, en este secarral político llamado España.

La imaginación, al poder

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