El humor y la grosería

 

Confieso mi “dependencia” lectora de las revistas de humor y admiro a los humoristas. Disfruté con La Codorniz, devoré y me reí mucho con Hermano Lobo, escuché a los grandes genios del humor como Tip y Coll, Gila, Eugenio, Martes y Trece…, y busco en las viñetas de los periódicos que leo a diario la mirada pícara de la actualidad, más distendida y siempre inteligente. Publicaciones y humoristas administran con gracia y maestría singular la sátira y la ironía y arrancan una sonrisa cómplice de lectores y oyentes.
En todo este elenco humorístico nunca encontré artículos ofensivos, lenguaje grosero ni viñeta o expresión injuriosa. Todos son críticos con el poder y con los desmanes políticos, económicos o sociales, pero desde el respeto y la educación.
Traigo todo esto a colación a propósito del pregón de Carnaval que pronunció un monologuista en la emblemática plaza de O Toral de Santiago vertiendo expresiones groseras y ofensivas al apóstol Santiago, que es la raíz y fundamento de la Compostela eterna, y contra la Virgen del Pilar, la patrona que los aragoneses veneran con devoción especial.
El pregonero se refirió a estas dos figuras emblemáticas de la religiosidad y de la cultura hispánica con comentarios irreverentes y obscenos mezclando contenidos religiosos y sexuales que ofendieron no solo a los católicos, sino a las personas sensibles, sean creyentes, agnósticas o ateas.
Dice el alcalde de Santiago que este pregón hay que inscribirlo “dentro de las coordenadas del Entroido donde cabe todo, la sátira, la crítica…”, y dentro de lo que él entiende como libertad de expresión. Pero el Entroido libertario e irreverente y la libertad de expresión deben ser compatibles con la educación y el respeto.
Es en ese marco festivo y provocador donde cabe la “creatividad elegante” en textos y expresiones que no tuvo el pregonero que carece de talento y sensibilidad artística –“quod natura non dat…”–, y mostró como recursos la grosería e irreverencia que salen gratis contra las figuras y la doctrina de la Iglesia Católica, aunque esas procacidades nos costaron 2.500 euros a los compostelanos.
Decía un viejo eslogan “Compostela, onde as fontes botan letras…”, pero en este pregón las fuentes vieron como llovía zafiedad –a la que algunos llaman cultura– que avergonzó a los ciudadanos respetuosos y tolerantes y a los gallegos de bien. E indignó a todos los compostelanos que, creyentes o no, respetamos al apóstol.

 

El humor y la grosería

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