con el comienzo del nuevo curso escolar Francia ha estrenado la prohibición

con el comienzo del nuevo curso escolar Francia ha estrenado la prohibición, por ley, del uso de teléfonos móviles en las escuelas: en clase, en el patio y en las actividades extraescolares. También ha quedado proscrito emplear tabletas, relojes y otros aparatos dotados de conectividad con la red. En plena crisis de popularidad, el presidente Macron podrá presumir, pues, de haber cumplido otra de sus promesas de  campaña electoral. 
Cierto es que en base al Código de Educación vigente la mayoría de los centros de infantil, primaria y secundaria ya lo venían aplicando no solo en el aula, sino también en determinados espacios estipulados por los propios colegios. Se trata, en definitiva, de una generalización y clarificación del marco jurídico.
Cuando fue aprobada hace unos meses, la medida suscitó un intenso debate público. Sus partidarios esgrimieron los conocidos argumentos de que los móviles perturban la atención de los alumnos y afectan la comunicación en la escuela, amén de reducir la actividad física en los periodos de recreo y de exponer a chicos y chicas al peligro potencial de contenidos violentos, pornográficos y de acoso sexual. Los detractores criticaron sobre todo lo inútil de legislar adicionalmente sobre una prohibición que, de facto, estaba ya vigente en muchos de los 51.000 colegios y 7.100 institutos del país.
Pero el Gobierno, como digo, lo tuvo y tiene claro: a su juicio, el móvil, las tabletas y los relojes inteligentes “provocan numerosas disfunciones incompatibles con la mejora del clima escolar”. Y su  prohibición –entiende– permitirá garantizar un entorno que favorezca la concentración. Incluso en el recreo, apunta, “pueden ser nefastos al reducir la actividad física y limitar las interacciones sociales”.
Hoy, como bien se sabe, la incidencia del móvil en la vida de los niños y adolescentes es cada día más importante. No solo en la escuela, sino en la vida familiar y social. Muchas discusiones familiares tienen ya como centro las horas de uso del móvil y otras pantallas. El tiempo de sueño, por ejemplo, ha disminuido por la conexión non stop que permiten estos dispositivos.  
Ahí está, entre otras, la decisión del elitista Eton College británico de confiscar por las noches los móviles a sus internos de primer año (13-14 años) para alejarlos de la presión de las redes sociales y mejorar el sueño. La mayoría, según su director, han acatado la norma sin quejas. 
En España, disponen de tales artilugios nueve de cada diez adolescentes y por lo que ha adelantado la ministra Celaá  el Gobierno pretende también –aunque nunca se sabe– retirarlos de las aulas. El problema –no sencillo, tanto allí como aquí– es cómo modular el uso de las nuevas tecnologías. Y en el caso concreto de la educación, hasta qué punto y de qué forma tales tecnologías pueden convertirse en una ayuda o en un elemento perturbador.

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