Éramos pocos y Villar y Rubiales parieron una “huelga”. Vivimos tiempos confusos, yo diría incluso que peligrosos, en los que está pervertido hasta el lenguaje, y este tipo de perversiones son, casi siempre, el resorte indispensable de todo sistema totalitario. Calificar de “huelga” al plante proyectado es, si prescindimos de eufemismos, un insulto para el aficionado, una falta de respeto incomprensible que nadie en su sano juicio puede defender. Porque no es que estos privilegiados convocantes carezcan de juicio, lo tienen y mucho, pero enfermo de vanidad, de avaricia, de insolidaridad, de egoísmo.
Llevo tiempo intuyendo que en España el mundo del fútbol, de seguir por este camino, tendrá inevitablemente que empezar a convivir con los ataques despiadados de la demagogia. No me avergonzaría en este caso caer en ella, pues me resulta inevitable reflexionar ahora sobre lo que tienen que estar pensando, si pueden permitirse en medio de tantas preocupaciones el tiempo de pensar acerca de esta cuestión, por ejemplo, las gentes del mar que llevan semanas sin “hacer cuentas”, los agricultores y ganaderos que apenas cubren costes al vender sus producciones, los profesionales de la sanidad que luchan a diario por ofrecernos una atención sobresaliente a pesar de las carencias presupuestarias, o trabajadores como los de Lantero capaces de superar cualquier penuria para defender los empleos de los que dependen no solo su propia dignidad personal y la de sus familias sino también la posibilidad de que nuestra comarca no se convierta en un desierto industrial.
No seré yo quien niegue la legitimidad de los futbolistas profesionales a defender sus derechos, pero todo parece indicar que ninguno de estos, al menos ninguno de los verdaderamente importantes, está en juego, más bien aparenta que la hoguera de las vanidades sigue encendida para alumbrar algunos privilegios que requerirían de un profundo análisis, que seguramente no se hará, para distinguir si verdaderamente corresponden a su condición de deportistas o a cuestiones de la llamada ingeniería financiera que tantas críticas y hasta tantos reproches merecieron para otros sectores de la sociedad.
Seguro que todos estamos de acuerdo que en nuestro fútbol motivos ha habido de sobra en los últimos tiempos para paralizar las competiciones e iniciar negociaciones para resolver los importantes conflictos que lo acucian, por eso resulta especialmente ofensivo que cuando parece que uno de los problemas (el paulatino equilibrio en el reparto del dinero de los derechos televisivos) sobre el que más se urgía desde todos los sectores adoptar una solución, comenzaba a solventarse con un Real Decreto propiciado por el gobierno, dos de los actores principales de la película, RFEF y AFE, acuerden apresuradamente una convocatoria con desagradable tufo a contienda personal entre dirigentes, presentada a bombo y platillo con razonamientos nada convincentes incluso para una amplia mayoría de los futbolistas, precisamente aquellos más modestos, los más necesitados de defensa, que admitían desconocer los auténticos motivos de este paro. Se ha publicado que de las cuentas auditadas a la AFE en el año 2013 se deduce que destinan la mayor parte de sus ingresos a cubrir los sueldos de sus directivos, tal vez si tirásemos de ese hilo daríamos con las auténticas claves de este asunto. Apuesto a que nadie seguirá esa pista porque mucho me temo que de seguirla la próxima huelga convocada sería de aficionados.