Como cada año por estas fechas se dice que los dueños de los maletines han iniciado su viaje. Desconozco cuanto hay de leyenda y cuanto de realidad, pero lo cierto es que las famosas “primas a terceros” son protagonistas recurrentes cada final de temporada. La vida nos da la oportunidad de ponderar, pero los seres humanos preferimos siempre ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio por eso, en función de las afinidades deportivas que practiquemos, veremos corrupta desidia del rival del otro donde puede que solo haya la desactivación competitiva lógica de quien no tenga grandes objetivos en juego.
Hay quien con las “primas” tiene la misma consideración que los médicos con el colesterol: unas son buenas y otras malas. Si te “priman” por ganar parece que eres más honrado que si recibes una cantidad por perder. Soy de los que opinan que las dos son caras amargas de una misma moneda, la corrupta y economicistas interpretación del deporte y de la vida, y en consecuencia ambas deben de ser firmemente perseguidas y duramente castigadas, pues no me cabe duda de que el que acepte en alguna ocasión corromperse aplacando su conciencia diciéndose a si mismo que lo hace por ganar no dudará, llegado el momento, en sucumbir a las pretensiones de un buen comprador si el precio por dejarse perder alcanza el montante que el vendido considere oportuno para ello.
Nunca me canso de decir que el fútbol no es más que un reflejo de la sociedad en la que está inmerso, y como tal reflejo reproduce con fidelidad las mismas pautas de comportamiento. Llevamos tiempo considerando que la corrupción es un mal que amenaza con destruir nuestro proyecto colectivo, en lo social sin duda, en lo futbolístico considero que también. Luchar contra esta amenaza es un deber de todos: dirigentes, deportistas, entrenadores, medios de comunicación… estamos obligados a poner todo lo que esté a nuestro alcance para preservar la dignidad y la pureza de las competiciones, y esto no solo se hace denunciando cualquier tipo de comportamiento que vaya dirigido a fomentar la corruptela, sino también, y muy especialmente, evitando caer en el esparcimiento infundado de sospechas a diestro y siniestro por el mero hecho de creer que puedan servirnos de pueril excusa por si los resultados no nos son todo lo favorables que quisiésemos.
Aquella frase mal atribuida al Barón Pierre de Coubertin de “Lo importante no es vencer sino participar”, semeja que va perdiendo hasta su valor simbólico en estos tiempos a veces tan confusos que invitan a la nostalgia de otros en los que aún no habíamos perdido la inocencia colectiva y parecía sencillo encontrar en el deporte conductas fácilmente identificables como modelos sociales. Ahora quedan pocos, pero aún quedan, y las conductas modelo ya solo parecen productos publicitarios, por eso viene a mi memoria parafrasear aquel eslogan televisivo de una conocidísima multinacional de tarjetas de crédito: “Disfrutar del fútbol no tiene precio”.