El mismo día que la prensa informaba de la imputación de la infanta, el genial Forges publicaba una viñeta en la que uno de los personajes le dice al compañero de caminata: “Tengo la impresión de que no solo estamos en la III Guerra Mundial, sino que la estamos perdiendo”.
Yo no sé si se puede llamar guerra a lo que nos está ocurriendo, pero se le parece mucho. Ahí están la gravísima situación económica, los escándalos de corrupción, todos graves y algunos tan llamativos como los ERE de Andalucía y el caso Bárcenas, o la crisis institucional que ahora se agrava con la imputación de un miembro de la familia real, uno de los acontecimientos más graves que se han producido en el país y de imprevisibles consecuencias.
Pero la III Guerra de Forges también se libra en Galicia. Abrazado al dogma de la austeridad, el país está sumido en la recesión, con el crédito cerrado, las empresas en liquidación como la Fábrica de Armas de A Coruña y la cadena Darty, inmersas en ERE o en serio peligro de desaparición, como Pescanova; el paro camino de los 300.000 desempleados, con cifras irritantes de paro juvenil; el empobrecimiento de la población, con miles de personas en el umbral de la pobreza... Ahí estamos, escarbando en el fondo del pozo sin fuerzas, perdiendo la guerra porque tanta austeridad impide cualquier salida al exterior de la recuperación.
Puede que las cifras le cuadren a los conselleiros, pero Galicia no va bien y la gente lo sabe. Cada día se parece más a la “tierra de almas rendidas, suspicaces y sin confianza en sí mismas”, que describía Ortega, un país paralizado y de ánimo decaído, que solo tiene fuerza para recordar que ha perdido su sistema financiero, para ver las gradas de los astilleros vacías, para contar sus empresas cerradas, sus comercios en liquidación, el sector lácteo sin futuro, el territorio desarticulado, las universidades pidiendo limosna, los puertos sin barcos, los aeropuertos sin aviones... Un panorama desolador.
¿Hay alguien en el Parlamento y en la Xunta? ¿Dónde están las instituciones empresariales y sindicales, las asociaciones profesionales y el pensamiento crítico de los intelectuales? ¿No debería ser este el momento de recuperar el espíritu de la transición para, superando diferencias ideológicas, alcanzar consensos y pactos para “ganar la guerra” a la crisis económica, ética y de valores que también amenaza con destruir Galicia?