La crisis del Covid-19 tiene rostro de mujer

La crisis del Covid-19 tiene rostro de mujer
Sandra tiene 38 años, con la pandemia se ha visto obligada a acudir a los bancos de alimentos. | RODRIGO JIMÉNEZ (EFE)

Sandra, Mónica y Yaneth tienen cosas en común: las tres son mujeres y las tres se han encontrado por primera vez en la tesitura de tener que pedir comida. Las facturas se les acumulan, los meses pasan sin poder pagar la casa y los subsidios no llegan.


Mujeres del sector servicios, también las tres, que se toparon hace un año con un país paralizado, empleos temporales y una empresa que mantener, pasando a engrosar los números de una lista del paro que afecta más a ellas que a ellos.


La tasa de desempleo femenina ha pasado del 15 al 18% en un año y la diferencia con la masculina se ha agrandado. Las cifras reflejan su realidad: cómo la crisis de la covid les ha tocado a ellas, ahora incluso con más intensidad. Siete de cada diez nuevos desempleados en febrero fueron mujeres.


Las razones las perfila Concha García, responsable de los proyectos de la mujer en Cáritas Madrid. Empleadas del sector de los cuidados que ya no tienen a quien cuidar, trabajadoras de una hostelería afectada por el "hachazo" de la covid y mayores desamparadas son los perfiles más abundantes.


"Se ha generado la tormenta perfecta, desde las mujeres más jóvenes hasta las más mayores", explica Concha, y destaca que son ellas además las que no dudan en pedir ayuda. "En este mundo de las situaciones de necesidad, siempre somos las mujeres las que damos la cara, es una constante".


Una maleta para recoger comida

En una buhardilla de 30 metros cuadrados de Aranjuez vive Sandra Piñón. Al abrir la puerta, Miércoles sale a saludar y Sandra aparta a la perra de ojos saltones a un lado. Es sábado y su dueña se prepara para la "excursión" de cada quince días: ir en autobús a por comida al barrio madrileño de Vallecas, donde se crió y el sitio más cercano -a 50 kilómetros- en el que ha conseguido que la ayuden desde que se quedó sin trabajo.


Queda una hora y media para que salga el autobús y Sandra explica lo que le espera esa mañana. "Me cojo el bus, me deja en Méndez Álvaro y hago andando 3 kilómetros de subida. La subida no es tanto problema porque voy ligera, el problema es la bajada, que voy cargada y cansada. Son unas cuatro horas en total para recoger comida".


Alimentos para dos semanas que mete en una maleta con ruedas. Tenía dos, pero la otra se destrozó con el hielo de Filomena. "De repente empezaron a salirme un puerro, una naranja, las patatas... fue bastante desastre".


Lleva así desde junio del año pasado, cuando se le acabaron los ahorros. A sus 38 años, es licenciada en Arte Dramático, actriz y coordinadora cultural, pero ha trabajado de todo (camarera, panadera, dependienta, profesora de español...) para mantenerse.


Se quedó sin empleo en un museo quince días antes de la pandemia. "Yo creo que intuían lo que estaba pasando. Mi contrato era de obra, así que me despidieron sin previo aviso". Y cuando se apuntó al paro le dijeron que no tenía prestación.


Ahí "empezó a complicarse todo" porque se encontró "sin nada de nada" y con el país cerrado. Hasta entonces había subsistido con 800, 900 o, como mucho, 1.000 euros al mes.


Y su primera reacción fue ayudar. Iba a la farmacia todos los días para llevar medicamentos a los mayores y empezó a colaborar en una de las redes vecinales que se crearon de forma espontánea, Somos Tribu Vallecas, la que ahora le da la comida.


Mientras ayudaba a otros a encontrar trabajo, a ella se le iban amontonando los recibos y en junio se encontró sin dinero. Ahora debe cuatro meses de luz, dos de teléfono y su casero, a quien no paga desde agosto, le cubre el agua. "De mi dinero del alquiler vive otra familia y ellos comprenden mi situación, pero llegará un momento en que me dirán: 'no te queremos echar, pero tu situación nos está afectando'".


A Sandra se le han ido cerrando las puertas de las instituciones. No tiene derecho a paro, pero tampoco le han concedido el ingreso mínimo vital porque trabajó en 2019.


"Intento no bloquearme, ni estresarme, ni agobiarme, entiendo que es una mala racha para mi y para muchas personas que están como yo, que todo va a pasar", dice esta mujer positiva por naturaleza.


Y recuerda a todos los que han ido ayudándola en el camino, desde una mujer que recaudó 700 euros cuando supo de su situación hasta una vecina que le ha pagado tres meses de gimnasio, pasando por una chica que le da pienso para Miércoles. "Cuando menos te lo esperas, siempre aparece una persona que, aunque no te conozca de nada, te ayuda".


Se considera afortunada de lo que recibe y de la red femenina (un 90 %, dice, son mujeres) que se ha tejido en Vallecas en la pandemia. "Son ellas las que piden ayuda y son ellas las que ayudan".


Pero la situación le pesa. Duerme cuatro horas al día y ha engordado diez kilos con los alimentos que le dan, ricos en carbohidratos. Para recogerlos, se ve forzada a pedir dinero para el autobús, casi 10 euros cuando no tiene "ni para una manzana".


Atraviesa, maleta en mano, la M30, las aceras estrechas de Vallecas, la Asamblea de Madrid y sube por un parque hasta la "despensa" donde le dan la comida. A la vuelta, va haciendo paradas de arrastrar los 30 kilos extra y aprovecha para llamar a algún exvecino que le invita a algo en un bar.


Cuatro horas después, de vuelta a casa, Miércoles salta de nuevo al verla y ella relata, sonriente, lo recorrido: "Hemos andado ocho kilómetros y medio y 12.228 pasos. Hemos subido 37 plantas y hemos quemado 1.910 calorías"


Cuesta mucho pedir ayuda

En el último pueblo de Madrid, casi en Ávila, vive Mónica Fortón. Zaragozana de nacimiento, se mudó de la capital a Santa María de la Alameda hace 16 años buscando naturaleza y al poco se quedó viuda con un niño pequeño. Desde entonces, esta autodeclarada supermujer de 49 años ha salido adelante como guía turística urbana y de naturaleza, siempre con ideas rondando la cabeza.


Fundó su empresa y con ella trabajaba como autónoma, hasta que llegó la pandemia. "El mundo se para y no te permite salir a la calle a ganarte la vida".


"No ganaba mucho, pero vivía mi día a día como casi todos en este país, que trabajamos y nos lo gastamos en la facturas y en disfrutar lo que podemos". Con la covid, "no entra dinero en el banco" y Mónica se ve forzada a pedir comida.


"Cuesta mucho pedir ayuda, a mi siempre me ha costado porque tengo un alma de 'superwoman' y creo que voy a poder con todo, pero te tienes que bajar del pedestal", dice confiada de que lo que pasa es "un bache" del que saldrá para poder entonces "ayudar a alguien que lo necesite".


Ahora tiene un proyecto en marcha de "viajes adictivos", rutas culturales "de sofá" para seguir desde el móvil, pero no le da nada y lleva meses yendo a por alimentos de Cáritas Madrid y Cruz Roja.


Si no es por esas organizaciones no podría comer, ya que no tiene derecho a paro ni tampoco al ingreso mínimo vital porque es dueña de una empresa. "En cuanto eres administrador de una sociedad parece que eres rico en este país, pero no significa nada, es un nombre en un papel".


Ahora se beneficia de la moratoria de la hipoteca y está en espera de su solicitud de la renta mínima de inserción, que pidió en septiembre. "Si me lo vuelven a denegar, no me puedo agarrar a nada".


Pero Mónica, con un hijo ya adolescente al que no oculta nada de su situación, se mantiene fuerte. "Me levanto por las mañanas y no me faltan ganas de seguir con mis ilusiones, con mi trabajo", aunque hay días que se pregunta por qué le ha tocado a ella.


Revendiendo zapatos por internet

Como Mónica, Yaneth Ferreira, de 43 años, es una de las muchas familias monomarentales afectadas por la crisis. Se calcula que un 79 % de las madres con hijos tienen ahora problemas para llegar a fin de mes.


Ella ha trabajado toda su vida como camarera en restaurantes de hoteles y en eventos, pero desde que hace un año llegó la pandemia se ha visto abocada al paro. Siempre ha cuidando sola de su hijo de 9 años, Joan, y por primera vez ha tenido que acudir a Cáritas y al Banco de Alimentos para salir adelante.


Hace 11 años que recaló en Barcelona desde su Colombia natal, pero pronto su pareja la abandonó al quedarse embarazada. "Dijo que no quería ni responsabilidades ni nada".


En los últimos tiempos compartía piso y gastos con un matrimonio de Brasil que regresó a su país por la pandemia, con lo que desde enero se ha quedado sola a cargo de todo.


"El contrato estaba a nombre de los dos, pero al irse todo quedó a mi nombre y tengo todos los gastos, he estado haciendo milagros con lo poco que tengo", explica Yaneth, que está aprendiendo catalán para aumentar sus posibilidades de encontrar trabajo en una panadería.


"Estoy revendiendo hasta zapatos por Wallapop, zapatos que no me pongo y que están en buen estado, o busco juguetes que Joan ya no usa. Cuando hay alguna oportunidad para hacer algo de dinero, allí estoy yo; los colombianos somos así".


Yaneth tiene mucho miedo de perder el piso porque no puede pagar las facturas y ya debe un mes del alquiler. "Estoy buscando bonos sociales para pagar los servicios de casa, el agua, el gas y la luz, porque ahora estoy sola y no cuento con otro apoyo, pero los números no me cuadran y he llegado a tener peleas con la compañía del gas".


Tampoco tiene ningún subsidio y le han denegado ya varias de las ayudas porque en 2018 tenía "un buen trabajo", y eso que en 2020 "no ha ganado nada".


A pesar de todo, ella afronta este año con optimismo, espera que la pandemia afloje y permita que su sector se recupere un poco. De momento, está contenta porque el Mobile World Congress se mantiene para 2021, un evento en el que espera poder conseguir algún contrato

La crisis del Covid-19 tiene rostro de mujer

Te puede interesar