esa cifra, aproximadamente, es la que resta para los comicios. Serán los primeros que se celebren, de ámbito nacional. Y salvo sorpresa de una convocatoria anticipada de elecciones generales. Motivos habría de sobra.
En los últimos meses, a través de diferentes medios y soportes, he expresado opiniones sobre la realidad política vilagarciana, su futuro inmediato y, sobre todo, la conveniencia de articular una gran alternativa al gobierno municipal. La etapa pospandemia requiere unos ayuntamientos muy participativos, transversales y entregados totalmente a la interlocución con colectivos y ciudadanía en general. Estos notas resultan indispensables para fortalecer el arduo trabajo de recuperación económica y los fondos europeos asociados a la misma que, por unas cosas u otras, están concentrando algunas luces y muchas sombras de un tiempo a esta parte.
Quisiera reflexionar sobre una cuestión de importancia, a mi modesto entender, y es la forma en la que vayan a las elecciones locales las dos únicas fuerzas con posibilidades reales de encabezar un gobierno. Los que ya lo son ya, Partido Socialista y los obligados a serlo, el Partido Popular. Los primeros están instalados en una confortable mayoría que, quizás, les genere una sensación, engañosa a mi parecer, de invulnerabilidad. Los segundos, con una menor representación, necesitan un cambio importante para recuperar electorado y cuajar en una alternativa de gobierno. En este caso el tiempo vuela y, evidentemente, juega en contra. Necesitan los populares vilagarcianos ser muy competitivos en términos electorales. Y esto último me lleva a expresar las dos condiciones en las que se puede concurrir a unas elecciones de características como las de 2023.
Comparecer, a secas, es una de ellas. Es solo presentarse, formando una candidatura, pergeñando un programa y celebrando actos con el electorado. Se hace con mucha frecuencia y es lo que algunos denominarían “cubrir el expediente”. No llega, evidentemente, para avanzar electoralmente ni, por supuesto, para ganar. Hay a quien le vale, pero es insuficiente respecto de aquellas personas ( electores ) que abandonaron el apoyo a una fuerza y tienen su voto prestado a otra temporalmente. Sin coincidir ideológicamente decidieron, por falta de alicientes, dar el paso y hacer el tránsito. Hacerles volver, en términos electorales, es el reto.
Competir es lo que se espera de las fuerzas políticas mayoritarias, las del bipartidismo. Compite quien está ya gobernando y deben hacerlo los que aspiren a reemplazarles. Me permito afirmar que es su irrenunciable obligación política. Ser una formación electoralmente competitiva supone estar permanentemente en la calle, llevar la iniciativa en todos los temas candentes, disponer de músculo organizativo, dotarse de un discurso propio y autónomo para así generar ilusión y captar esos electores temporalmente perdidos logrando nuevos apoyos desde la movilización.
A pesar del poco tiempo que queda, en términos de fraguar una alternativa, sigo creyendo que es posible. Sucede que resulta indispensable ver señales. Lo piensa muchísima gente y, modestamente, yo.
Comparecer o competir. De eso se trata. Decantarse por una opción u otra supondrá, en seiscientos días, o más de lo mismo o abrir una nueva etapa. Para esto segundo, que creo lo mejor para la Ciudad, hay que estar convencido de que se puede ganar y, de esa manera, transmitirlo a la gente.
El electorado vota siempre propuestas y equipos ganadores, los que debería plantear la necesaria alternativa del centro derecho popular. A mi me gustaría que así fuera en Vilagarcia pero solo quedan seiscientos días.