Mil cuatro

a los monstruos mitológicos, al igual que a los del mitológico catálogo de nuestros días, se les admiró y admira por su tamaño y crueldad. Algo así ocurre hoy con las grandes corporaciones empresariales y financieras: cobran fama y respeto no por la calidad y calidez de sus servicios, tampoco por su trasparencia y respeto a sus trabajadores, medioambiente y clientes, sino por su ferocidad empresarial y sus cuentas de resultados, sus fusiones y expansiones, sus estrategias tecnológicas y rentabilidades por encima de todas las cosas.

En ese camino hacia la gloria se pierden puestos de trabajo, a los que trabajan se le niegan derechos, se va al garete el debido respeto por los usuarios, se arrasa con la naturaleza, se burlan mercados y leyes, se intimida y coloniza, se conspira y corrompe, pero qué importancia tiene eso si al final del año reparten suculentas ganancias entre sus accionistas.

Visto así pudiera parecer que sus víctimas fuésemos estúpidas, pero justo es reconocer que lejos de esas astucias empresariales y aquelarres especulativos nada trasciende, esas son las noticias que conocemos de ellas y ellas las que nos encienden hasta en lo patriótico. De sus malos modos y peores servicios, de los muchos sofocos de sus usuarios, de esos, no hay noticia, nada se sabe y nada importan; infantiles quejas de gentes de corto entendimiento, porque ellas no están al servicio de sus clientes, sino de sus beneficios.

Mil cuatro

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