Ediles y rediles

Los alcaldes son los únicos animales políticos que todavía pastan en libertad. No se deben, si no quieren, a una ideología o partido, sino a sus vecinos; ellos los quitan y los ponen ellos. No todos, es cierto, algunos son, como todo político de pedigrí, seres domesticados, hombres de partido, atentos a lo que el partido diga o deje de decir y hacer. Estos no suelen ser buenos alcaldes, pueden ser, eso sí, buenos conseguidores, siempre que el partido sea el que reparta y comparta.


Hoy, veintinueve de este primaveral mayo, las praderas municipales se cuajarán de flamantes seres de poder local, hombres y mujeres que aún pueden ir al ayuntamiento a pie y en esa misma disposición ir allí donde la necesidad de sus vecinos lo demande. Peatones gobernando peatones, campechanos como el que más y como el que más, buenos; todos en la tarea de ninguno, esa que nos atañe a todos, porque todos somos ciudadanos de un alcalde que es a su vez un pueblo.


Ser alcalde de tu pueblo es como ser el cura de tu parroquia: una especie de supersantidad civil capaz, además de enterrar, enseñar, casar y, en su caso, sanar, porque un alcalde puede ser cualquiera y un médico o un maestro también son cualquieras y tan alcaldables como el que más.


Me gustaría que todas estas «bestias» en su libre albedrío administrativo recordaran los versos de José Valente: «Nací provinciano en los domingos de desigual memoria...» Pues eso, queridos alcaldes. 

Ediles y rediles

Te puede interesar