Esta semana somos expertos en redes eléctricas. La que viene, dominaremos los entresijos del cónclave como auténticos vaticanistas. Todo ello con la suficiente profundidad de conocimientos como para tomar partido, que, en realidad, es de lo que se trata. Lo de menos es el bando: las nucleares, las renovables o la corriente progresista o conservadora del próximo cónclave. Tomamos partido con el corazón y ya encontraremos las explicaciones según nuestro clásico sesgo de confirmación. Siempre después del primer impulso emocional y con brocha gorda.
Lo malo es que entre tanta cuestión general no prestamos atención a lo concreto. Por ejemplo, hemos elogiado con toda justicia la labor de los equipos humanos, pero no se ha denunciado suficientemente los problemas de comunicación de los servicios de emergencia durante el apagón. Ni nadie exige que los respiradores o las máquinas de oxígeno cuenten con sistemas centralizados de alarma que movilicen la ayuda, aunque sea por parte de las empresas proveedoras del servicio. No se pone el grito en el cielo porque los ascensores no cuenten con un mecanismo autónomo, una reserva de energía que impida que se queden encerrados entre pisos y se muevan hasta la puerta siguiente. O sobre el mantenimiento o uso de los generadores para que no causen accidentes como el de Taboadela, en Ourense. En realidad, una vez discutido aquello que permite una perspectiva política de bar, pensamos que no ha sido para tanto, que somos muy cívicos, que hay que disfrutar del puente y que siempre hemos tenido razón en nuestra trinchera habitual.
Algunos han querido ver contratos de Koldo y Ábalos entre los responsables. Otros han sostenido que la codicia del gran capital decidió jugar con las teclas del ordenador para lograr que el precio de la luz subiera. El eterno encuentro futbolero. Casi con alegría inconsciente si no hubiera tanto enfado e incluso muertos.
Entre tanta peleíta de tertulianos, olvidamos de lo que debemos aprender. Y a veces son aprendizajes pequeños, casi de detalle. Verbigracia, que las ambulancias tienen que mejorar sus sistemas de comunicación. O que hay que invertir más en baterías, walkie-talkies, radios de alta frecuencia o teléfonos satelitales. La comunicación directa entre equipos de emergencia tiene que estar asegurada de manera especial durante una crisis.
Inundaciones, volcanes, terremotos, apagones… Son lecciones que pueden aprovecharse o ignorarse. A veces, la prevención es costosa, como cuando afecta a la edificación o las grandes infraestructuras para hacerlas más resistentes. Pero otras, es simplemente una cuestión de sensibilidad. De hecho, Internet, que nació de un proyecto de red segura de comunicaciones capaz de sobrevivir a un ataque nuclear, se tumba con un apagón. Algo ha cambiado en los últimos 60 años de desarrollo tecnológico. En algún momento, hemos perdido de vista el objetivo principal.
Así que, al margen de los grandes debates, ¿qué tal si se mejoran los sistemas de telecomunicaciones, especialmente los autonómicos, como para que, es un decir, la policía no tenga que ir en coche a un hospital en busca de una ambulancia por no poder llamar al 061?, ¿qué tal si se revisan las normativas de ascensores o grupos electrógenos? No son medidas extraordinariamente caras. Son realistas.
Por lo demás, yo dejaría a los ingenieros decidir sobre el mix eléctrico. Y a los cardenales atender sus propios asuntos, que, por cierto, es lo que hacen. Al fin y al cabo, quedamos como idiotas cuando discutimos sobre cómo debe ser el papa y ni siquiera distinguimos entre una encíclica y unas declaraciones. Claro que tampoco distinguimos entre un vatio y un voltio. Pero, ¿quién ha necesitado saber de esas tonterías para poder tomar partido?