Álvaro García Ortiz hay que reconocerle, como a todo el mundo, la presunción de inocencia. Yo mismo, tras haber leído y consultado casi todo lo que ha venido publicándose sobre su ya digo que presunto delito de revelación de los ‘secretos fiscales’ del novio de Isabel Díaz Ayuso, no estoy nada seguro de su culpabilidad. Pero creo que tiene que marcharse, porque lo que nada menos que el fiscal general del Estado jamás puede constituir es una piedra de escándalo jurídico. Es él quien tiene que decir qué está bien y qué está mal en el arquitrabe de confusión leguleya en el que se ha convertido este país nuestro, y, precisamente por eso, él no puede formar parte de esa ceremonia de la confusión. Cuanto antes se vaya, mejor para todos, comenzando por él mismo, que me dicen que tiene muchas ganas, inexplicablemente refrenadas por La Moncloa, de poner pies en polvorosa.
Ocurre, inocencia o culpabilidad al margen, que no es tolerable que nada menos que el garante de la legalidad pueda ser, y vaya a serlo, encausado por un presunto delito que quebraría el secreto profesional y la seguridad jurídica. La simple sospecha haría que, en cualquiera de los países llamados de nuestro entorno, el fiscal se marchase, en un acceso de dignidad, y el primer ministro que lo sustenta dejase de hacerlo, en una muestra de pragmatismo político.
Nada de esto está sucediendo, y me pregunto qué ocurrirá cuando en septiembre, mes en el que van a pasar tantas cosas, Angel Hurtado, el juez del Supremo que tan poco benigno se está mostrando con Álvaro García Ortiz, decrete la apertura de juicio. ¿Se atreverá el Gobierno a descalificar a Hurtado como si fuese alguien como el juez Peinado, el hombre que tan polémicamente instruye el ‘caso Begoña Gómez’? Eso abriría una brecha institucional muy difícil de cerrar. Mejor que el señor García Ortiz haga las maletas y se vaya, incluso antes del fasto de la inauguración del año judicial, para evitar la fotografía del Rey junto a alguien que arrastra tanta polémica.
Supongo que en este verano de meditaciones, el hombre que ahora habita en La Mareta sopesará el enorme daño que la continuidad del fiscal, de ‘este’ fiscal contestado por muchos de sus compañeros de carrera, está haciendo al conjunto del sistema. Quizá un día, si el nombre de García Ortiz sale limpio de polvo y paja, tengamos la oportunidad de ensalzarle. Hoy, presunto culpable, no hace sino convertirse en el pararrayos del hombre de La Mareta. Otra anomalía más a agregar a las múltiples disfunciones del sistema y de nuestra democracia.