La colectivización de los huertos urbanos coruñeses

 


STALIN, que no era un tío que destacase por su inteligencia, decidió que para consolidar el dominio popular de la tierra lo mejor era crear las granjas de explotación colectiva –los koljós–; los mareantes, que de ideas andan tan sobrados como el padrecito, han hecho lo mismo con los huertos urbanos. Nada de leiras de “propiedad privada”, todo para la colectividad. ¡Con lo bonito que era llevar el sacho en el maletero del coche! Y si uno tenía un amigo que decía que era el campeón del mundo de pesca de río –es decir, que tenía mano para conseguir unas truchas de piscifactoría– se podían montar unas comilonas a base de troitas y ensalada de lechuga y tomate que no te cuento. Pero a la Marea, nasía pa’ganá, no le gustaba nada eso de que cada uno fuese libre de cultivar lo que le petase y ha decidido que desde ahora los huertos urbanos serán para asociaciones sin ánimo de lucro, porque lo que mola es montar un koljós al lado de la antigua cárcel y donde se usen semillas autóctonas, se cultiven especies locales –¡que tiemblen en Coristanco! ¡Llega la pataca de Monte Alto!– o incluso plantas aromáticas o medicinales... ¡Menudo peligro!

 

La colectivización de los huertos urbanos coruñeses

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