Hannah y los totalitarios

La política española no admite la crítica, y no por deseo de sus actores, sino por voluntad de la propia crítica que desde su sana concepción filosófica exige un canon de razón, una razón lógica y una lógica ética que no se da en el quehacer político, donde rige la sinrazón, se obvia la lógica y se desprecia la ética. No hay, por tanto, posibilidad para la crítica; se puede ejercer la descalificación, el insulto y la grosera mentira, pero no la sana crítica. 
Sería injusto culpar de esta situación a los propios políticos, es más, sería concederles una capacidad de encantamiento superior a la que poseen. No les asiste ese refinamiento, que, es cierto, buscan pervertir, especialmente por la vía del premio y castigo, léase a modo de ejemplo subvenciones, cargos… Compra venta de voluntades e intereses con los que cegar toda disidencia. Y por otro lado la nefasta concepción popular de la política desde un criterio ajeno a su verdadero espíritu, el mismo en muchos casos que se utiliza a la hora de elegir el club de fútbol. 
Erradicado todo atisbo de libre pensamiento y apisonada toda ecuanimidad en el juicio, no queda sino la “barra brava”, que dicen los bonaerenses, y ante ella solo cabe concluir con ese bravo pensar de Hannah Arendt: “La mayor y más grave vulneración de los derechos humanos es apartar al individuo de ese espacio donde se hacen significativas sus opiniones y efectivas sus acciones”. Pues eso y así nos va.

Hannah y los totalitarios

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