Hace cuarenta años

El 23 de febrero de 1981 es una de esas fechas grabadas en la conciencia colectiva e individual y permanece para siempre en la historia del pueblo y en el recuerdo de los ciudadanos.


Aquel día “pasó lo que pasó” en palabras de Iglesias Corral, y en algún momento de la larga y tensa tarde-noche se temió volver a otra “longa noite de pedra” de la que acabábamos de salir. Pero el régimen naciente, que ya tenía muchos apoyos, resistió gracias a la intervención del Rey Juan Carlos I que desactivó el golpe aislando a los asaltantes y conspiradores. Su discurso a la Nación, uno de los más importantes de su reinado, marca el fin de la Transición.´


El Congreso reconocerá mañana el papel clave de la Corona en un acto institucional que presidirá el Rey Felipe para “mostrar la fortaleza de las instituciones democráticas y la vigencia de los valores de nuestra Constitución”. No asistirá el Rey Juan Carlos. Su situación de investigado por la Justicia suiza y estar fuera de España le impiden celebrar, como protagonista, el triunfo de la democracia sobre aquella asonada. Esta ausencia requiere tres anotaciones.


La primera, que la Monarquía parlamentaria encarnada por el Rey Juan Carlos –con otros prohombres de la vida política, económica y social– dio a España la etapa más larga de estabilidad política, prosperidad económica y prestigio internacional. Por tanto, en palabras de Alfonso Guerra, el legado del ahora Rey emérito “no se puede tirar al estercolero de la historia”.


Segunda, el ensañamiento con su persona de toda la izquierda radical (que piden el indulto para el rapero condenado), de los sucesores de Convergencia y de los nacionalismos va dirigido contra la Monarquía que, ejerciendo la función de garante de la Constitución con exquisita neutralidad e independencia, estorba sus planes. Sobre todo cuando dice verdades inapelables que desnudan y abortan los planes secesionistas contra la unidad de España.


Tercera, no se dejen manipular. El Rey Juan Carlos no huyó de España. Detrás de su marcha está una insoportable presión política y mediática tras una clamorosa condena pública. No está imputado, el Supremo rechazó medidas cautelares y tiene la presunción de inocencia que los políticos reclaman para sí y niegan al viejo Rey. Le impusieron un “castigo” que no aplican a los políticos corruptos que se fueron de rositas a disfrutar de lo robado.


¿Debe volver a España? Ninguna ley lo prohíbe. Este es su país, aquí está su casa, su familia, su gente. Y aquí quiere esperar él que la justicia dirima sus asuntos pendientes. Que no se le permita volver es una injusticia. Y una crueldad con un hombre octogenario y enfermo que prestó tantos servicios a su país. 

Hace cuarenta años

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