Incendios forestales

La naturaleza nos otorga sus bienes más preciados y, en su aparente inmovilidad, esconde una fuerza vital que es la esencia de nuestra existencia. Pero a veces, esa fuerza se vuelve en nuestra contra. Como si de un virus destructivo se tratara, el fuego se extiende por nuestros bosques y nos enfrenta a un drama que, cada año, se repite con dolorosa persistencia. El fuego convierte en minutos los bosque de árboles lentos, robles y castaños centenarios, en un paisaje desolador, en un negro luto.


La tragedia de los incendios nos ha de llevar a reflexionar sobre un problema que es a la vez climático, social y económico.


El fuego, que en esta tierra de ritos, Galicia, se llama lume, es, irónicamente, el mismo elemento en torno al cual se ha forjado nuestra cultura. El elemento esencial que calienta las lareiras y el que alimenta las hogueras del mágico San Juan, es, sin embargo, el que ahora nos arrebata la vida del monte, dejando tras de sí un negro luto, como un mar petroleado. En buena parte se debe al terrorismo del monte, que aprovecha una coyuntura climática singular de sequía, altas temperaturas y viento racheado, como un caldo de cultivo perfecto para su perversa estrategia, nunca bien explicada.


En este drama, sin embargo, emergen héroes anónimos. Personas con coraje y decisión, dispuestas a darlo todo. Son los que combaten las llamas con todos los medios a su alcance: bomberos, equipos de emergencia, militares y voluntarios que acuden a ayudar hasta exponer sus vidas para salvas las de los demás, para rescatar bienes y preservar afanes. Su esfuerzo es un testimonio de la resiliencia humana, una característica que nos une cuando la tragedia se cierne sobre nosotros y el mejor ejemplo de cómo actuando con profesionalidad y unión se pueden conseguir resultados que maravillan por su ejemplaridad y logros.


La industria forestal, que genera miles de empleos y representa una parte vital de la economía, junto a los políticos y la propia sociedad nos enfrentamos a una encrucijada. La lucha contra el fuego no puede ser solo una cuestión de extinción. No podemos limitarnos a gastar millones de euros cada año en apagar incendios o en especular sobre la instalación de industrias contaminantes. La clave parece estar en la prevención.
La verdadera solución pasa pues por una gestión sostenible del monte, por invertir en la revalorización del sector forestal y por crear una cultura de respeto al medio ambiente que ha de nacer en la misma escuela. Debemos apostar por un modelo que genere riqueza y empleo a través de una explotación responsable del bosque. Solo así, con un monte limpio y cuidado, podremos combatir de forma eficaz a quienes pretenden destruirlo.


El desafío está claro: invertir menos en extinción y más en prevención. Gastar en el futuro y no solo en la reacción. La consolidación de un sector industrial modélico y moderno, al estilo del Norte de Europa, no solo conllevaría riqueza y empleo, sino que también sería la mejor herramienta para proteger nuestros bosques. Una explotación sostenible del monte, una gestión activa que evite la maleza y un apoyo a la economía rural, son la única forma de combatir las raíces del problema. El árbol es la vida, y su preservación es la mejor herencia que podemos dejar.


Los poetas, como los periodistas, escriben con palabras que son como la madera del mismo árbol del que nace el papel. La naturaleza y su preservación son un bien que debemos legar a las generaciones futuras. Ese es el verdadero camino, el que nos aleja del fuego y nos acerca a la esperanza.

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