De vez en cuando le pido a alguna inteligencia artificial que mencione las noticias más importantes de la semana para alguien que vive en esta esquina del mundo. No hace mucho revisaría algún semanario, pero prácticamente han desaparecido. Como es natural, no tengo la menor esperanza de que me aporte algo sorprendente. En realidad, confirma mis temores (maldito sesgo psicológico, pienso). Pero admito que en esta ocasión me ha dejado descolocado que una caída generalizada de la red de telecomunicaciones apenas haya tenido trascendencia solo unos días después del apagón eléctrico en toda la península. A ver si soy yo, me dije, que centro mi atención en Gaza, o Melody, o a la última reunión de políticos sobre la fachada marítima coruñesa. Pues al parecer a las listísimas herramientas informáticas les ha ocurrido lo mismo.
Hace unos días, conversando con unos amigos no demasiado partidarios de Pedro Sánchez, mientras escuchaba críticas feroces por los WhatsApps de Ábalos, les comenté mi extrañeza porque no responsabilizaran al gobierno del apagón. No lo habían olvidado, porque apenas unos minutos antes todos habían rememorado su 28 de abril y habían hecho gala de conocimientos acerca de las causas técnicas o la pertinencia de las nucleares. Pero al charlar de política, limitaban la tertulia a lo más inmediato. Como la propia agenda periodística diaria. Cuando sostuve que el apagón total me parecía el motivo más grave del mandato para exigir la dimisión del presidente del Gobierno, se sorprendieron. A los pocos momentos, me dieron la razón, pero sospecho que fue porque cualquier motivo les servía para echarlo, no porque realmente estuvieran de acuerdo en la gravedad de los hechos. Quién sabe, quizá soy un exagerado. O un insensible a las pasiones cotidianas que calientan el debate entre tirios y troyanos.
El caso es que este martes se “apagó” el teléfono. Como no afectó a los móviles no importó demasiado, aunque la avería se extendió una vez más por casi toda España. Supongo que el hecho de que la “incidencia” fuera de Telefónica y que muchas informaciones la circunscribieran a Andalucía, País Vasco o Comunidad Valenciana, despreocupaba a los clientes de otras operadoras y de otras zonas, como Galicia. También ayudó que se produjera de madrugada. Aun así, el “susto” duró, según la compañía, hasta las 3 de la tarde. Unas doce horas.
Al parecer, los 112 y 061 gallegos funcionaron. Y no seré yo quien lo niegue, a pesar de que mi teléfono fijo no tenía línea y que, por tanto, si fuera usuario de un servicio de teleasistencia no habría podido conectarme en caso de emergencia. Aunque seguro que fue una casualidad y fui el único. En Galicia no pasó nada. Vale.
Lo cierto es que, por unos motivos o por otros, a nadie le ha parecido una noticia trascendente. Ni siquiera a la inteligencia artificial. De modo que aquí me tienen, como un columnista apartado de la agenda informativa, dándole importancia a que caigan conexiones de internet, redes empresariales, pagos por TPV en las tiendas o que servicios de emergencias (no los gallegos, claro) se hayan enfrentado a una seria crisis de comunicaciones que, una vez más, ha podido costar vidas. Con los años aumenta nuestra desconfianza. Cada vez nos parece más inexperto ese médico, dudamos que ese juez conozca a fondo la ley, que ese político o directivo sea consciente de dónde es posible recortar gastos o que ese técnico sepa qué tuerca o tecla apretar. Lo que nos sorprende, por tanto, no es la chapuza, sino que nadie reaccione ni exija responsabilidades. Como mucho, protestamos votando a Israel en Eurovisión. Hasta es posible que el gobierno investigue con mucho más entusiasmo el televoto que los apagones. Porque, naturalmente, es un asunto mucho más importante.