Decía Nuccio Ordine que los clásicos nos humanizan, “hablan de nuestro presente y responden a nuestras preguntas” y uno de los favoritos del profesor de Calabria era Marco Tulio Cicerón, que en su primera Catilinaria dejó para la historia la locución “O tempora, o mores!” –”¡Oh tiempos, oh costumbres!”– como un lamento contra la decadencia moral y política de su época. Esas palabras en su contexto encierran una mezcla de desconcierto, decepción y crítica hacia una sociedad que había perdido el rumbo, que no se guiaba por los valores que sostenían su cohesión y dignidad.
La expresión sigue teniendo una fuerza poderosa cuando se aplica a los cambios que vivimos, sobre todo en el ámbito político. Hace unos años –no tan lejanos–, el verano político se caracterizaba por una tregua, un respiro institucional. Cuando los presidentes del Gobierno se iban de vacaciones, la atención mediática se desplazaba a lo anecdótico: qué libros llevaban para leer, si paseaban con algún personaje famoso, si compartían una cena discreta con un amigo o cuándo tenía lugar el tradicional despacho estival con el Rey.
La política no desaparecía, pero parecía suspenderse temporalmente en un marco de discreción y tranquilidad y aquel paréntesis estival transmitía una sensación de país sereno, poco crispado, en el que predominaba la normalidad institucional sobre la agitación.
Hoy, en cambio, los tiempos y las costumbres han cambiado. El actual presidente del Gobierno ya no veranea con la sencillez de sus predecesores sino que permanece en La Mareta, blindado y envuelto en un aura de repliegue estratégico que genera una calma tensa. Más que vacaciones, su estancia parece un laboratorio de maniobras para prolongar el poder apoyado en alianzas que suenan más a operación política que a descanso.
Algunos analistas –con mala idea– le recuerdan las palabras de Adolfo Suárez en el discurso de renuncia: “He llegado al convencimiento de que hoy y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la presidencia”. Pero no parece que la reflexión vacacional del presidente vaya por ahí. Sus huéspedes, Salvador Illa y un reaparecido Zapatero, presagian más bien un cálculo político para sostener una legislatura que camina en el alambre.
O tempora, o mores, exclamaría Cicerón al ver como el descanso presidencial se ha transformado en un retiro táctico parecido a un cuartel general de crisis. Lo que antes era sencillez y cercanía hoy aparece envuelto en el halo de misterio de unas vacaciones “a la carta” con el control absoluto de los resortes del poder donde todo está supeditado a la supervivencia.
Quizá lo que más echamos de menos no es tanto el pasado como la vigencia de aquella estabilidad, transparencia y sentido de Estado. Los tiempos cambian, pero hay costumbres que no deberían perderse.